viernes, abril 25

Curriculum Vitae

Soy, sin duda alguna, puede usted preguntarle a cualquiera, un desastre de persona. Mis olvidos son tan recurrentes como necesarios. La risa fuerte para ocultar cualquier atisbo de tristeza. Palabras impropias y vulgares llenan mi vocabulario y salen a gritos en lugares inapropiados. Entonces, de nuevo, las carcajadas. 
Los tacos altos y sonoros para anunciar mi llegada, como si se tratara de algo importante, de algún rito. Una bomba de humo para olvidar la frágil pequeñez. 

Ideas descabelladas, bailes imperfectos (no un poco: demasiado imperfectos), el pulso tiritón y un genio explosivo. 
Ya ve usted, no le miento. Soy un desastre de persona que de vez en cuando arranca de la monotonía inventando viajes express, picnics sin mantita, playas en auto sin hospedaje. Y el espíritu revoltoso que sólo sabe de diversión. Que encuentra mil excusas para reír y otras más para celebrar. Es el mismo que con su impulsividad suele botar el dulce, quedarse con el envoltorio y reír sin parar.
Camino pensando en mil cosas a la vez, todas poco importantes, y en la torpeza propia de personas desastrozas choco con los postes, puntas de muebles y cualquier otro elemento (vivo o no) que casualmente se encuentre en mi camino. 
Suelo romper cosas y fumo tanto como me gusta el vodka y los gatos. 
Me duermo en medio de las fiestas y despierto para seguir la parranda. 
Pero también me escondo en el silencio, en las voces de Sabina, Filio, Silvio y otros tantos que dicen mejor que yo. Y en el desastre que soy, me molesta pedir ayuda y reconocer que el vacío y la tristeza son cotidianas. Hay días en los que quiero desaparecer y me hago más chiquita. Esos días los temblores se hacen más pronunciados y la risa, esquiva. 
Me cuesta dormir y en la noche las ideas toman otras formas y me dejan pendiendo de un hilo. Toman formas rebuscadas y pasadas, sin miedos ni pudores se presentan desafiantes hasta que amanece y la realidad de la rutina las convierte en simples pesadillas. 
Debo confesarle, y esto también puede confirmarlo, que no sólo soy un desastre de persona, también estoy quebrada y profundamente loca. 

lunes, marzo 8

El terremoto


Y empezó este año mieerrda. Con vacaciones en Rapel, con viajecito a Buenos Aires a regalonear a la madre y con terremoto.
Y como no soy tan joven como cree mi fanclub, es el segundo de mi vida. Claro, el 85 nos pilló en la casa de la Tía Lucy y quien les escribe, se bañaba sexymente en la piscina.
Quizas con flotador, alitas o algo así y un elegante traje de baño con vuelitos.
Supongo que como para una niña de 4 años, una piscina-mar era lejos lo más entretenido, no sufrí de ningún trauma ni de miedos a los temblores. Además como mi memoria es demasiado selectiva, no recuerdo nada más de ese momento. Sólo que lo pasé estupendo.
Por eso, cuando empezó a moverse el dpto de Los Leones en forma más violenta y duradera que el temblorcillo clásico; sólo me levanté de la cama y procedí a "ganarme en el dintel de la puerta".

Cuando todo pasó, partimos a ver a los vecinos y su dpto (que parecía fonda de mala muerte gracias a un par de botellas de tinto que no resistieron). Todos bien!

Así que bajamos y nos tomamos un vodka para calmar los nervios.
Me llamó Paloma y quedé incomunicada para siempre...
Prendimos la Cooperativa, en el mp3 de tía Cote, claramente la primera radio que se me ocurrió y recién nos dimos cuenta de la magnitud del evento. Aún sin luz, no habíamos podido ver imágenes del sur.
Al día siguiente, cuando ya pudimos prender la televisión, nos dimos cuenta de la realidad. No sólo del nivel de destrucción, de la estupidez de la Onemi, de la falta de coordinación del sistema, sino que de la falta de... ¿cómo decirlo? ¿alma? de las personas.
Y mientras un señor salía con una lavadora y otro trataba de sacar una grúa horquilla porque "estaba botada", yo me preguntaba qué había pasado durante estos 25 años que el prójimo había dejado de ser importante... y aún me lo pregunto.